"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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EL BOMBARDEO

EL BOMBARDEO © Jordi Sierra i Fabra 2010, 2018 Era un día como otro cualquiera. Nada hacía presagiar que las cosas iban a cambiar. Porque allí nunca cambiaban. La mañana era radiante: lucía el sol y hacía calor. La gente se movía perezosa, caminando sin rumbo aparente. Todos los días eran iguales. Aburridos. Safri recogía papeles por la calle; Mussy se aburría en una esquina; Zaheria jugaba sola; Penhu dormitaba bajo un árbol; Bushi, por pura inercia, tenía la vista fija en una pantalla en la que no se proyectaba nada. Y así todos los demás. Sí, un día como otro cualquiera. Incluso el silencio era el de siempre. Casi nadie hablaba. ¿De qué? ¿Para qué? Safri desplegó un papel. No estaba escrito. Era la ilustración de un calendario. En ella se veía a un hombre y una mujer con sus hijos, chico y chica, todos sonrientes, felices. Safri se quedó mirándolos. Se preguntó el motivo de su felicidad. Había gente rara por todas partes. En la esquina, Mussy vio pasar a un gato. Era negro, ojos vivos, cuerpo estilizado. El gato se detuvo y, por un instante, los dos se miraron, fijamente, inmóviles, hasta que el felino continuó caminando, moviendo la cola a cámara lenta, olvidándose de él. Mussy le perdió el rastro y siguió tal cual. Zaheria se cansó por un momento de jugar sola. Pero si eso era aburrido, más lo era compartir el juego con sus amigos, que ponían pegas a todo y se quejaban por nada. Ella creía en el dicho de «mejor sola que mal acompañada». Un dicho algo estúpido, pero le solía servir. Así que continuó jugando sola. Era la mejor forma de ganar siempre. Penhu abrió un ojo al notar el zumbido de un bicho . No era más que un abejorro inofensivo, así que volvió a cerrarlo. Pensó que el bicho se iría, pero no. Acabó posándose en la punta de su nariz. Penhu sopló hacia arriba. Nada. Luego movió un poco los labios. Nada. Así que finalmente tuvo que levantar la mano para espantarlo. El esfuerzo le hizo cerrar los ojos de nuevo, agotado. Bushi, por su parte, esperaba que de un momento a otro la pantalla volviera a proyectar imágenes. Por desgracia, si hipnóticas eran ellas, más hipnótico era el vacío de aquella nada que le sumergía en su estado catatónico. Por eso era incapaz de moverse. Después de todo, esperar entraba dentro de la rutina. El resto estaba más o menos igual. Sí, un día como otro cualquiera. Nada nuevo. Estaban allí, y punto. La vida era cuestión de pasarla, ¿no? Y entonces… De pronto… Primero fue un rumor. Después un pequeño rugido. Decenas, cientos de ojos se elevaron hacia el cielo, buscando, esperando, temblando sin entender qué pasaba. Porque algo estaba a punto de suceder. Y sucedió. Los aviones entraron en el valle por el sur. Surgieron de entre las nubes, coronaron las cumbres arboladas, se desplegaron a lo ancho de la tierra y se abatieron como grandes pájaros sobre las cabezas de los que contemplaban su aparición con asombro. Volaban casi a ras de suelo, para tener a sus blancos a tiro, para lograr su objetivo. Los hombres, mujeres y niños comprendieron que no podían escapar. Era tarde. Los aviones abrieron las compuertas. Y soltaron su carga. Los libros comenzaron a caer, desplegando sus cubiertas de colores, haciendo volar sus páginas llenas de letras, convirtiendo sus historias en grandes bombas llenas de paz, amor y esperanza. Libros y más libros, para que nadie escapara. A Safri le cayó en la cabeza un tratado de horticultura; a Mussy, una novela de piratas; a Zaheria, un poemario; a Penhu, un diccionario; a Bushi, un cómic de ciencia ficción… ¡Ah, qué hermoso! El día en que todo cambió. El día en que los aviones arrojaron vida para vencer la oscuridad de la incultura, luz para derrotar la muerte de los sentidos, magia para evitar el olvido absoluto. Ese día.

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